El primer día que llegué a Bangkok me sentí desesperada. En ningún otro
país antes me había resultado tan difícil comunicarme con la gente.
Sentí una impotencia enorme, casi nadie hablaba inglés y además, la
gente que encontré ese día en mi camino parecían no tener la menor
intención de ayudarme. Me resultó tremendamente difícil incluso llegar
al hostel donde iba a alojarme, y eso que llevaba un papel con el nombre
escrito en tailandés. Al día siguiente la situación se repetía…no
hablaban inglés ni en la recepción, ni siquiera en el bar donde fui a
desayunar…a duras penas conseguí hacerme entender para tomar un café
con unas tostadas. Mi pensamiento comenzó a girar en círculos: «cómo voy
a llegar a mi destino si no me entiende nadie?», «me
voy a perder y luego no podré llegar hasta aquí», «me van a intentar
engañar»…. Cuando me dí cuenta de que estaba repitiéndome a mi
misma estos mensajes negativos y me estaba angustiando, tomé la
decisión de parar mi mente. «Así no voy a ninguna parte, cambia el chip
ahora mismo. Cambia tu actitud, sonríe y CONFÍA».
Tengo que decir que a
estas alturas del viaje ya llevo la mochila bastante cargada de
aprendizajes y lecciones, pero, sinceramente, una de las más importantes
que he interiorizado por la experiencia vivida estos meses es que hay
que confiar en la vida. He aprendido que debo poner todo lo que esté en
mi mano para conseguir lo que busque, pero una vez hecho eso, debo
confiar.
Todo está preparado para que ocurra de la forma en que lo
necesite. Ese día, cuando cambié mi actitud apareció un «ángel» que
me ayudó a resolver mi problema.
El otro
día volvió a ocurrir: necesitaba hacer urgentemente una llamada a España, (en Bangkok no
se encuentran fácilmente cabinas públicas para llamadas
internacionales), y apareció otro «ángel» que me prestó su teléfono.
Espero que no se me olvide nunca esto, pues lo importante es creer que
va ocurrir así…