Van pasando los días y cada vez me siento más conectada con este país y su gente. La India es una explosión de colores, olores, sabores y emociones que te invade por completo. En la India no hay nada gris, todo es extremo.
No hay saris «color pastel», (más bien son fucsias, naranjas o granates, por ejemplo), los mercados son un arcoiris de aromas infinitos que embriagan y las comidas nunca te dejan indiferente. Ahora entiendo porqué a India la amas o la aborreces. No hay término medio. Su gente es también vehemente, apasionada, y son ellos los que te paran continuamente para hacerse fotos contigo, te saludan con su «Namaste» y te miran con una sonrisa que sale del corazón y les ilumina la cara. Un país amable, espiritual y que se hace querer.
Después de Jaisalmer el destino fue Jodhpur, tras 5 horas de bus. Allí merece la pena visitar el centro, la ciudad azul, perderse por sus calles, subir al fuerte y conocer la torre del reloj y sus mercados.
Desde allí tras 8 horas de tren, llegar a Jaipur, la ciudad rosa, para conocer el fuerte de Amber y el Palacio de los Vientos. Mañana rumbo a Agra…