Ha terminado mi estancia en Yamussukro, (capital política y «oficial» de Costa de Marfil) y he vuelto hoy a Abidjan, (la que es, a efectos prácticos, la verdadera capital administrativa del país). Durante estos dos días en Yamussukro he tenido la oportunidad de acompañar en varias formaciones a otras 20 grandes mujeres. Como me viene ocurriendo desde que pisé Costa de Marfil el primer día, gracias a este proyecto que estoy haciendo, centrado en el desarrollo y empoderamiento de mujeres, no paro de asombrarme de las mujeres increíbles que estoy conociendo. Me quedo sin palabras cuando voy descubriendo y escuchando las historias de sus vidas. Algunas de ellas son refugiadas que tuvieron que salir corriendo de su país por encontrarse en peligro de muerte. A otras sus familias les han echado de casa por no tener marido. A otras sus padres les han propuesto prostituirse para llevar dinero a casa y tienen las puertas de casa cerradas hasta que lo hagan.
Culturalmente aquí la opinión de la familia, (y sobre todo de los padres) tiene mucho impacto en las hijas, por el tradicional respeto que están obligadas a tenerles). Pero todas estas mujeres tienen en común que han elegido su vida. Ellas han decidido su propio camino. Con fuerza, con valentía, con firmeza. Eso hace que algunas hayan comenzado un nuevo camino solas. A algunas su familia o la sociedad les repudia. Otras, cuando se negaron a la propuesta de sus padres a ejercer la prostitución, se quedaron sin un lugar donde dormir ni un techo para resguardarse, con sus cosas metidas en una bolsa. Otras dejaron a su familia en su país por huir y poder seguir con vida. Otras no saben leer ni escribir, pero han conseguido aprender un trabajo y sostienen ellas solas a toda su familia. No me preguntéis de qué pasta están hechas, porque no lo sé. Sólo sé que aún no he escuchado de ninguna de ellas ni una sola queja, ni un reproche. Sólo sé que tienen muchas ganas de aprender y que miran mucho al futuro pero, sobre todo, miran al presente. Sólo sé que lo que aprendo y me emociono a su lado me vale todos los masters que se pueden estudiar en una escuela. Que hablar con ellas me recoloca internamente y reordena mi escala de valores. Que me siento tremendamente afortunada de la vida privilegiada que disfruto, pero que, a la vez, me doy cuenta de que tengo una enorme responsabilidad de compartir parte de mi suerte. Me siento agradecida, una vez más, por parar y tomar conciencia. Por pensar en lo que importa en mi vida y lo que no. Por reafirmarme en hacia dónde quiero ir y cómo. Por saber que todas compartimos esa fuerza interior y que «si queremos, podemos».
Gracias a todas estas mujeres maravillosas por ser grandes maestras de vida.