Como suele ocurrirme en los viajes, estos días estoy conociendo a personas de muy diversas culturas y países y disfrutando de muchas conversaciones interesantes. En esta ocasión he coincidido en el camino con personas de California, Texas, Hong Kong, Corea del Sur, Holanda, Grecia, Marruecos, (casualidades de la vida, una ingeniera aeroespacial afincada en París que acababa de hacer un retiro espiritual en Toscana parecido al que hice yo hace un mes).
Hoy he estado conversando con una mujer rusa que me decía que era la primera vez que viajaba sola, había dejado unos días a su marido y su hijo en Moscú y se había dado unas pequeñas «vacaciones». Me decía que al principio tenía miedo de sentirse sola y que no pensaba que fuera a encontrarse bien… Y me ha confesado, en voz bajita, que estaba sorprendida de sentirse tan feliz, que estaba siendo una gran experiencia para ella, sobre todo por la gente que estaba conociendo.
Después, en otro pueblo he estado hablando con un matrimonio de jubilados japoneses, que viven en Francia y en un momento de la conversación me dice la señora: «Claro, porque los japoneses somos muy parecidos a los españoles, nos gusta divertirnos y ayudar a los demás». Yo he sonreído para mí… Es verdad, tampoco somos tan diferentes de los japoneses o los rusos, si miramos más allá de nuestros rasgos. Quizás sólo haga falta un poco más de eso, de salir, de conocer, o de, simplemente, de querer mirar más allá, quizás así se acabarían algunos problemas…
Comparto con vosotros unas imágenes de Cinque Terre, Patrimonio de la Humanidad, que he estado visitando… Que las disfrutéis